Tal día como hoy, el 1 de marzo de 1517, uno de nuestros #exploradoresolvidados descubre la península de Yucatán. Se trata de Francisco Hernández de Córdoba, quien partió el 8 de febrero de 1517 desde el puerto de Ajaruco (Cuba). No debe confundirse con el fundador de Nicaragua, con quien comparte nombre.
Hernández de Córdoba nació en torno al 1467, se cree que en Córdoba, aunque otros historiadores establecen su lugar de origen en Granada. Partió hacia Cuba en 1511 donde logró ser un rico encomendero.
El 8 de febrero de 1517, fue nombrado por el gobernador de Cuba, capitán de la expedición. Parte con tres navíos y 117 hombres, siendo el futuro cronista de la conquista de México, Bernal Díaz del Castillo, uno de ellos, desde el puerto de Ajaruco para explorar las aguas al oeste de la isla. Respecto a la partida, Díaz del Castillo la ubicaba en Ajaruco, cerca de la actual Habana, sin embargo en la actualidad, los historiadores creen que debieron salir desde Santiago de Cuba. De hecho en Google, todos los mapas que hay al respecto, establecen la partida desde el sur de la isla.
La navegación fue por aguas incógnitas y no existían cartas de marear, avanzando sin conocer las corrientes ni los vientos de aquellos lares. Les alcanzó una tormenta que duró dos días y dos noches, temiendo por sus vidas. Al cabo de 21 días, el 1 de marzo, avistaron por fin tierra. Desde los navíos vieron un gran pueblo, algo inusual en el Nuevo Mundo, al que llamaron "El Gran Cairo".
Hay confusión entre los historiadores sobre los lugares a los que llegaron primero, pero se acepta como válido que primero llegaron a Isla Mujeres, un lugar sagrado de peregrinaje donde encontraron esculturas de mujeres. De ahí su nombre.
La mañana del 4 de marzo, mientras navegaban hacia tierra firme, fueron recibidos por nativos que llegaron en cinco grandes canoas, cubiertos con vestimentas de algodón, lo que contrastaba con los conocidos hasta la fecha, que iban casi desnudos. Aquel encuentro pacífico terminó con un intercambio de obsequios. Al día siguiente, el mismo cacique llegó con doce canoas para recogerlos, diciendo "Con es cotoch", que significa "venid a mis casas". De esa expresión nació el nombre de aquel lugar, Punta de Cotoche, hoy Cabo Catoche. Los españoles desembarcaron, pero Hernández de Córdoba desconfiaba y ordenó llevar el máximo de armas que pudieran portar.
Estaban en territorio del antiguo imperio maya, pero por aquella época, poco quedaba del esplendor que tuvieron siglos atrás. Yucatán estaba dividida en unos diecisiete señoríos independientes y en guerra contínua entre ellos.
Ya en tierra, el cacique insistía en invitarlos a sus casas y con gran recelo, lo siguieron por un sendero hasta llegar a un estrecho donde el cacique ordenó a los suyos que atacasen. En una primera andanada de flechas, hirieron a quince españoles, de los cuales morirían dos unos días más tarde a causa de las heridas. A continuación fueron a luchar cuerpo a cuerpo, saldándose con quince indígenas muertos, dos prisioneros y huyendo el resto.
Los dos prisioneros, descritos como bizcos, terminarían cristianizados y con los nombres de Melchor y Julián. Ambos fueron los primeros intérpretes en Yucatán. Melchor acompañaría años más tarde a Hernán Cortés a otra expedición por esas tierras.
Tras la escaramuza habían llegado a un lugar de culto que describen como demoníaco y abominable, con adornos, enseres y algunas joyas de las que se apoderaron
La expedición continuó bordeando la costa, pues inicialmente se creía que era una isla, tal y como afirmaba el piloto Antón de Alaminos. El 22 de marzo, día de San Lázaro, llegaron a Campeche, aunque Hernández de Córdoba, lo bautizó como Lázaro. Las reservas de agua se habían agotado y a pesar de ver un pueblo de considerable tamaño cerca de un río, Francisco ordenó desembarcar para llenar las pipas de agua.
En este menester se acercaron cincuenta caciques para interesarse por éstos desconocidos. Según relata el cronista, tuvo lugar un primer suceso desconcertante. Los caciques, interesados por la procedencia de los españoles, señalando hacia donde sale el sol, decían "Castilan, Castilan".
Hernández de Córdoba y sus hombres fueron invitados al pueblo, donde fueron intimidados, rodeados y amenazados para que se fueran de esas tierras si no querían ser atacados. Teniendo aún en el recuerdo el suceso de Catoche, Francisco Hernández de Córdoba decidió regresar a los barcos, pero no por donde habían desembarcado, pues sospechaba que era el lugar en el que les darían batalla.
Continuaron la ruta con dificultades y tormentas hasta llegar a Champotón, donde nuevamente bajaron a tierra para abastecerse de agua. En ese instante llegaron indígenas armados y pintados, pero con apariencia de venir en son de paz. Éstos, al igual que en Campeche, señalaban hacia levante y decían, "Castilan, Castilan". Seguían llegando guerreros desde todos los puntos cardinales. El combate se veía inevitable. Tampoco había opción de subirse a los botes, porque sería el momento de ser aniquilados. Contaban trescientos nativos por cada uno de los españoles.
Pasó la noche y a la mañana siguiente seguían llegando escuadrones de guerreros hasta que Hernández de Córdoba y sus hombres terminaron completamente rodeados. En un primer ataque de flechas y piedras lanzadas con hondas, hirieron a ochenta españoles. El combate continuó en el cuerpo a cuerpo, y el buen hacer de los castellanos, hicieron que retrocediesen. Los indios sabían quién estaba al mando y ordenaron a los arqueros a concentrar la ofensiva contra Hernández de Córdoba. Terminó con doce flechas clavadas en su cuerpo. A pesar de ello ordenó atravesar las líneas de los indios a las bravas para huir en los bateles hacia los navíos. La escaramuza terminó con cincuenta y siete bajas, de los cuales dos habían sido apresados por los nativos.
Las cartas de marear de la época le pusieron por nombre a aquel lugar, Bahía de mala pelea.
Con las bajas sufridas y con todos los hombres heridos, salvo unos pocos, se hacía difícil volver con tres navios. Decidieron prender fuego al más pequeño y zarpar de vuelta a Cuba con los otros dos. Navegaron sin agua, pues vasijas y pipas se quedaron en tierra. Siguieron la costa durante tres días hasta llegar a un estero, donde desembarcaron para coger agua, pero era salada. El lugar, con grandes lagartos, lo bautizaron como "Estero de los Lagartos". Desde allí, y todavía sin agua, decidieron calcular una ruta hasta la Florida, descubierta por Juan Ponce de León en 1513 y en cuya expedición iba el piloto de ésta, Antón de Alaminos.
Hernández de Córdoba seguía malherido. La ausencia de agua hacía aún más difícil su recuperación.
Ya en la Florida, desembarcaron veinte soldados para cavar pozos y sacar agua. Sin embargo, sufrieron de nuevo un ataque de indios que consiguieron repeler.
Ya con agua en el barco, partieron en dirección a Cuba donde nuestro protagonista moría a los diez días de llegar a su hacienda.